Connect with us

BOLIVIA

Vivió en hostels y vendió empanadas en Irlanda hasta que el destino lo condujo a Bielsa: la historia jamás contada del “Traductor” Diego Flores

El entrenador cordobés, que adquirió su apodo en la época en la que ofició como intérprete del Loco en Leeds, contó detalles inéditos de su vida en una entrevista.

Nada sucede por casualidad, en el fondo las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos. La frase pertenece al filósofo griego Platón y bien podría describir la historia de vida y profesional de Diego Flores, un cordobés soñador criado en las barriadas de su provincia natal que se escapó de su zona de confort en busca de cumplir sus sueños. Cómo un futbolista amateur de la cuarta división del fútbol argentino que se retiró a corta edad (30) pasó a formar parte del cuerpo técnico de un entrenador de élite como Marcelo Bielsa. Su apodo, Traductor, es un mero simplismo si se conocen los pergaminos de este DT de 42 años que acaba de tener su segunda experiencia como líder de grupo en Godoy Cruz. Y va por más.

En el barrio cordobés de Maipú, Diego hizo rodar la pelota de fútbol un millón de veces junto a sus dos hermanos, uno mayor y otro menor, durante toda su infancia y adolescencia en las zonas aledañas a la casa que alquilaba su familia. Plaza, tierra, barro, adoquín o pavimento, cualquier superficie servía para que girara la redonda, actividad que se replicaba en la escuela. Ya con residencia propia en el joven Barrio Presidencial San Carlos, a doce cuadras de la cancha de Talleres, los Flores lidiaban con la falta de gas y otras comodidades que se fueron desarrollando con el tiempo. Los baldíos de la vecindad nunca estaban vacíos, siempre había un eco, un grito de emoción. Allí Diego empezó a forjar sus dotes de mediapunta con gol devenido en volante interno que pasaría por las inferiores de Belgrano y Club Atlético Avellaneda (antes Deportivo Colón, donde surgió Mauricio Caranta) hasta ganarse un nombre en la liga local con Las Flores, San Lorenzo de Córdoba y otros clubes de las ligas del interior.

Como había hecho el profesorado de educación física y estaba encaminado con el curso de técnico, a Diego Flores le alcanzaba para vivir solo con los viáticos que le daba el equipo de turno y el sueldo como profesor de gimnasia de escuela primaria o secundaria, según tocara. Con esos ingresos, además, se solventaba los estudios de idioma, herramienta que consideró fundamental para destacarse sobre el resto de sus colegas. A los 24 años se percató de que su destino era ser entrenador de fútbol, a los 30 se retiró como futbolista y a los 32 ya dirigió la Primera de uno de los clubes en los que había jugado. De ahí a hacerse la América en Irlanda, entrevistarse con Mauricio Pochettino en Southampton -con Daniel Osvaldo como “padrino”- y golpearle la puerta a Bielsa, no sin antes habérselas rebuscado viviendo en hostels de toda Europa y vender empanadas en Dublin.

—¿En qué momento te percataste de que querías ser entrenador de fútbol profesional?

—Entre que jugaba, estudiaba y dirigía me di cuenta de que la pasión por jugar, la docencia y el liderazgo se unían en una carrera. Ahí descubrí que esa era mi vocación. Desde los 24 años tuve claro que quería ser entrenador y en cada cosa que hacía proyectaba mi carrera. A esa edad empecé a dirigir fútbol infantil y me pasaba que los días anteriores a los partidos no me podía dormir, tenía mucha emoción, lo disfrutaba y sentía mucho. Lo tomaba como un premio que me había dado Dios. Era como si se hubiera despertado una fuerza superior en la formación de la que había tenido como docente. No tenía drama en levantarme a las 6 de la mañana o terminar a las 12 de la noche para estudiar idioma. No había excusas ni cansancio. Fue como descubrir a tu gran amor, nunca sabés cómo es, lo sabés realmente cuando lo encontrás.

—¿Consideraste que el idioma era una llave para insertarte en el mundo del fútbol?

—Mis padres me mandaron a inglés toda la vida y nunca quise estudiar. Iba los primeros dos días y me volvía. Cuando planifiqué ser entrenador profesional, yo veía que en Córdoba los entrenadores sin nombre eran tapados por los que sí lo tenían y necesitaba diferenciarme en algo. En esa época el tema del idioma para los argentinos no era algo muy valorado, recién las nuevas generaciones de ahora vienen con otro ADN. A partir de los 24 años empecé con cinco años de francés y dos años de inglés. Con esa base, sin hablar ninguno de los dos idiomas, me fui a Europa.

—¿Por qué preferiste estudiar francés antes que inglés?

—Es una buena pregunta. Por la vida misma, es inexplicable. En quinto año de secundaria tuvimos francés en el colegio y yo, siendo mal alumno, recibí apoyo de una profesora particular. Era una señora amiga de la familia que trabajaba como locutora de radio en Córdoba y había estado en Francia. Sus vivencias en la calle me atraparon más que el idioma en sí. Después haciendo el trámite de la ciudadanía descubrí que una tatarabuela mía era francesa. Y por los impulsos que uno toma en la vida. Era como si mi alma, mi espíritu hubiera sabido que tenía que capacitarme en esas dos áreas para poder llegar adonde llegué. En mi primer trabajo formal fue clave el francés y no el inglés, cuando cualquiera hubiera ido primero con el inglés. Por saber hablar francés me encontré haciendo una ayudantía en Olympique de Marsella, pasé al Lille y después sí ya al inglés con Leeds United.

—¿Cuándo maduraste la decisión de irte a buscar tu lugar en el fútbol a Irlanda?

—Ya había jugado, dirigido infantiles, inferiores, Primera y había sido ayudante de campo en un Federal B. Había llegado a un tope. Tenía 32 años y llevaba nueve años con recibo de sueldo de docente. Renuncié a un trabajo que a cualquier profe le gustaría tener, full de horas y con buen sueldo. En ese momento falleció mi papá, pero me fui muy fuerte de la cabeza, con la presión de no poder regalar nada porque había dejado mi trabajo, sabiendo que si me iba mal me tenía que volver, pero que si me iba bien estaba abierto a seguir en Europa hasta que consiguiera trabajo. Elegí Irlanda porque era el único país de Europa en el que una persona mayor de 30 años tenía un permiso de trabajo intermedio por un año, con cuatro horas para estudiar y cuatro para trabajar.

—¿Tenías contactos? ¿Cómo fueron esos primeros meses en un mundo desconocido?

—Me fui sin contactos. Un amigo como Luciano Theiler, que en ese momento estaba en Sportivo Belgrano de San Fracisco, me contactó con Santiago Falbo, un chico que jugaba y trabajaba allá y me dio una mano. Por su recomendación conseguí trabajo ahí a los cuatro meses, justo cuando me estaba quedando sin plata. Iba a estudiar cinco horas a la mañana y estaba otras diez horas con cuadernos, escuchando audios, viendo videos y películas para que el inglés se me metiera bien adentro. Traté de vincularme con los nativos y hablar con ellos, me alejé de los círculos donde había argentinos, uruguayos y españoles porque estaba compenetrado en meterme de lleno con el idioma. Un día paseando en un parque me puse a hablar con un grupo de chicos de la Sub 18 de un club local. Allá tienen parques muy grandes con canchas de fútbol y rugby, que usan las comunidades porque son públicos. Al tiempo ya estaba jugando y dirigiendo en ese equipo de Dublin.

—O sea que le dedicabas todo el tiempo de tu día a formarte como entrenador…

—Cuando uno está afuera, no tiene el “compromiso” de comer un asado con amigos o una reunión familiar, el tiempo te sobra. Yo trabajaba diez horas y después de las 6 de la tarde por ahí no tenía nada para hacer. En Irlanda estudiaba cinco horas por día a la mañana, trabajaba y después hacía todo el recorrido de un tren en 40 minutos para entrenar a los chicos en el club y me quedaba una hora más para jugar con los más grandes. Empezaba a las 7 de la mañana y volvía a las 12 de la noche, pero hacía todas cosas que me hacían crecer. Estudiaba inglés, ahorraba plata y aprendía palabras nuevas del ámbito del fútbol que me enseñaba el entrenador del equipo. Si íbamos a un pub a tomar una cerveza o me invitaban a comer, conocía más de la cultura y su corazón. Me sorprendía que cuando ganábamos un partido, los padres que venían a apoyar a los chicos no los abrazaban, solo les daban la mano. Fue todo muy intenso. Cuando me relajé con el idioma sí empecé a hacer lindos lazos con gente de nuestra cultura. Otra cosa clave fue que hice todo solo, sin familia, porque fue una experiencia en la que pasé necesidades y con un acompañante hubiera sido más difícil.

Continue Reading