BOLIVIA
Luigi Mega y su Iracundo amor por Bolivia y en especial por una tarijeña – Pagina Siete

Esta historia comienza cuando no había celulares, el imperio de la televisión estaba emergiendo, la música se escuchaba en discos de vinilo, los jóvenes más facheros se animaban a usar lentes de marcos gruesos, tenían la corbata oscura y delgada como dictaba la moda; en tanto que las camisas blancas levantaban suspiros.
El tarijeño Luigi Mena recuerda comienzos de 1970, cuando ir a los bailes era una toda una celebración. Y más en Montevideo, donde la música era reverenciada y sus máximos exponentes venían de ahí cerca, de Paysandú.
“Cuando tenía 17 años vi a Los Iracundos en un baile en Montevideo. Tenían una pinta bárbara, bien prolijos y educados. En ese momento yo sentí que me quedé hipnotizado al igual que todo el mundo que estaba ahí”, explica y su voz parece que se arruga con aquel recuerdo.
Reyes azules
Los Iracundos nacieron con el nombre de Blue Kings, en 1958. El primer concierto oficial que dieron fue el 10 de octubre de 1961 en el festival del club Olimpia en su tierra natal. Eran un grupo de seis formado sobre tres pilares: el vocalista, arreglista y compositor Eduardo Franco, su hermano guitarrista Leonardo Franco (más conocido como Leoni) y el baterista Juan Carlos Velasco (Juano).
Nacieron acunados por sus ídolos rockeros: Elvis Presley, Chuck Berry, Bill Halley y otros. Pero pronto sacaron adelante su impronta y se decantaron por baladas. Entre 1960 y 1989 conquistaron el mundo latino de la música con más de 30 discos. Sus éxitos: Y te has quedado sola, Tú con él, Apróntate a vivir… y otros se escucharon en radios a transistores, luego en discos de vitrola y después en casetes.
En sus años de inicio, eran conocidos como Los Beatles de Sudamérica. Llegaron a escenarios de Europa y conquistaron Latinoamérica en pocos años. Por ejemplo, uno de sus temas bandera es Puerto Montt, dedicado a un pedacito de Chile, el cual llegó a traducirse en 14 idiomas.
El 1 de febrero de 1989 murió Eduardo Franco. Tenía 43 años cuando su voz calló para siempre, pero dejó como legado musical sus composiciones. Por mucho tiempo no hubo quién lo reemplazara, hasta que llegó Jorge Gatto como nuevo vocalista de Los Iracundos. La llama del grupo permaneció encendida en los años 90.
Yo era un muchacho tímido
“Yo era un muchacho tímido”, explica Luigi en conversación telefónica desde Tarija. “Cuando me invitaban a un asado y veía que alguien agarraba una guitarra para empezar a cantar yo desaparecía en menos de tres segundos”, rememora.
Hasta aquella noche montevideana, quizás tres décadas atrás, cuando invitaron a Luigi a un karaoke. Por entonces, el karaoke se escuchaba gracias a computadoras que apenas le quitaban la voz a las canciones y nada más; no había micrófonos sensibles ni nada por el estilo. No se almacenaban miles de canciones y cada persona ponía en un disquete los temas de su predilección. Envalentonado con más de tres copas de champaña, cantó La lluvia caerá, de Los Iracundos.
Lo detuvieron en seco y le dijeron que deje de imitar la voz de Eduardo Franco, él respondió que era su voz y no tenía nada que copiar, aunque eso sí, desde los 17 años arrastraba una admiración total por el grupo uruguayo.
“La cuestión es que me fui, los dejé cantando porque no pude seguir con el karaoke. Se me quedó el bichito picando y picando. Me pregunté ¿cantaré igual que Eduardo?”, confiesa con esa voz particular suya, esa que arrastra algo de ronquera, pero que al cantar cada letra es correctamente pronunciada.
Se jugó el todo por el todo. Reclutó a un grupo de jóvenes; no buscaba virtuosidad, él estaba detrás de la pasión musical que le ponían los artistas a la hora de interpretar a Los Iracundos. Cuando tuvo su dream team, se lanzó al estrellato. Por entonces en Uruguay no había nadie que cantara los temas de Los Iracundos… excepto ellos mismos.
Un día llegó un político que le pidió hacer una nueva versión del tema 40 grados, claro que habían pedido permiso a Los Iracundos para crear esta nueva rola, en la voz de Luigi, quien cantaba como el primer vocalista de Los Iracundos. El baterista Juano les advirtió, riéndose, “hoy todo el mundo quiere cantar como Eduardo”.
Lo escuchó y quedó sorprendido. Al poco tiempo, en una cafetería de Buenos Aires, en la intersección de las calles Montevideo y Corrientes, Luigi estaba charlando con uno de sus máximos ídolos: Leoni. El hermano de Eduardo Franco había escuchado maravillas del cantante, pero no lo había escuchado a él.
Charlaron hasta las cinco de la mañana, hablaron de todo, pero principalmente del amor que le tenían a Los Iracundos. Por un momento, Luigi pensó que le iba a reclamar las razones por las cuales él interpretaba a su hermano; nada de eso pasó. Y le propuso ser la voz del conjunto y ocupar el lugar del mítico Eduardo.
Leoni le propuso aquello sin haberlo escuchado; entonces Luigi le alcanzó su querido y viejo walkman, aquel con el cual durmió más de una vez encendido y oyendo a los Iracundos, Camilo Sesto, Ángeles Negros; puso su producción allí. En la calle, el baterista se puso los audífonos y comenzó a oír las piezas casi sin inmutarse hasta que se detuvo y gritó: “Es mi hermano, estoy escuchando a mi hermano”. Así fue que Luigi se convirtió en la tercera voz de Los Iracundos.
Voy a pedirte de rodillas
Llegaron las giras y la vida de Luigi cambió. Hizo una gran amistad con Juan y Leoni. Allí donde iban, Luigi daba todo de sí y no fue difícil para él, pues toda su vida se había preparado para este momento. Lo tenía todo calculado, o casi todo.
Luigi llegó a Bolivia con Los Iracundos en tres ocasiones y la tercera fue la definitiva. “Teníamos que tocar en La Paz, Cochabamba y Tarija. Fuimos a La Paz y tocamos, fue bárbaro el espectáculo. Había líos tremendos en Cochabamba, eran enfrentamientos en los cuales hubo heridos y, creo, fallecidos”, cuenta y no se le escapa una anécdota: el hotel en el que estaban alojados quedó sin cocineros y él se puso mandil e hizo el menú de sus compañeros y de los otros hospedados.
Sigue con su voz casi desgarradora: “No pudimos actuar en Cochabamba y vinimos a Tarija. Después de ver ese movimiento impresionante en La Paz y luego de las bombas, palos, fierrazos, heridos y fallecidos en Cochabamba… Tarija era pura paz”.
Como era su costumbre siempre que iba de gira, Luigi fue a caminar por la ciudad. En la calle descubrió a una pareja de amigos y ellos lo llevaron al Gato Pardo, aquel remanso tarijeño que estaba en la plaza Luis de Fuentes y donde se podía comer una deliciosa salteña, almorzar o cenar… y entonces la vio sentada a un par de mesas de distancia.
“A ella la había buscado toda mi vida, la busqué desde chico, cuando tenía 14 o 15 años soñaba con la mujer de mi vida”, cuenta Luigi. Tarija es una ciudad casi familiar, donde todos se conocen; pero Luigi quería conocerla a ella.
Una amiga hizo de cupido porque él le pidió ayuda para estar cerca de esa mujer que lo iluminó. Terminaron en la misma mesa y lado a lado. Él le habló y al saludarla le besó la mano. Conversaron y él confirmó que Rosario Vacaflor era la mujer de su vida.
Consiguió su teléfono y la llamó. Quedaron en verse en el Gato Pardo. Ella lo dejó plantado. “Quedé oscuro de tanto café y Coca Cola que tomé”, dice.
Esa noche Los Iracundos se lucieron en Tarija, la gente bailaba sobre las sillas y mesas. Todos cantaban y detrás de un pilar Luigi descubrió a Rosario. Paró la música. “Les dije: ‘Tengo que contarles algo que me pasó ayer. Estaba sentado en el Gato Pardo y una chica me robó’”. El público quedó casi petrificado. Él continuó: “Ella vino de la plaza, cruzó, estiró el brazo y me robó el corazón. Está acá y se llama Rosario”.
“A ella la había buscado toda mi vida, la busqué desde chico, cuando tenía 14 o 15 años soñaba con la mujer de mi vida”, cuenta Luigi. Tarija es una ciudad casi familiar, donde todos se conocen; pero Luigi quería conocerla a ella.
Una amiga hizo de cupido porque él le pidió ayuda para estar cerca de esa mujer que lo iluminó. Terminaron en la misma mesa y lado a lado. Él le habló y al saludarla le besó la mano. Conversaron y él confirmó que Rosario Vacaflor era la mujer de su vida.
Consiguió su teléfono y la llamó. Quedaron en verse en el Gato Pardo. Ella lo dejó plantado. “Quedé oscuro de tanto café y Coca Cola que tomé”, dice.
Esa noche Los Iracundos se lucieron en Tarija, la gente bailaba sobre las sillas y mesas. Todos cantaban y detrás de un pilar Luigi descubrió a Rosario. Paró la música. “Les dije: ‘Tengo que contarles algo que me pasó ayer. Estaba sentado en el Gato Pardo y una chica me robó’”. El público quedó casi petrificado. Él continuó: “Ella vino de la plaza, cruzó, estiró el brazo y me robó el corazón. Está acá y se llama Rosario”.
Rosario salió de detrás de la columna y se quedó para siempre en la vida de Luigi. Hoy el Iracundo es un tarijeño más. Está casado, tiene hijos y nietos en su paraíso boliviano. A veces va a Montevideo y disfruta de su ciudad natal y los recuerdos, como aquella primera vez que vio a Los Iracundos…, pero siempre vuelve porque como dice Pimpinela: Lo primero es la familia.
